lunes, 4 de abril de 2016

Intuiciones incompletas

La vida, si de algo, se ha de sostener de intuiciones incompletas. Un universo mundo tan amplio y vasto como el que habito, ensanchado por las ficciones, realidades virtuales y fantasías que dentro y fuera de mí se ocupan de enturbiar las aguas –aunque desde el principio el Espíritu de Dios revoloteaba sobre ellas–, se quedó corto con su dosis de respuestas que en otro tiempo tuvieron los hombres y las mujeres con diversas ideas, ciencias o religiones. Cada uno de quienes cohabitan este planeta en este tiempo tiene preguntas sobre sí, sobre el otro y sobre lo Otro. Ojeando textos de filosofía miro con estupor las multitudes de inquietudes las que nos enfrentan al miedo –y sobre todo al deseo– de vivir y convivir entre prisas de todo, excesos de consumo, ofertas al por mayor de experiencias novedosas que resultan después de todo insignificantes y unos abismos mayúsculos distanciando a unos de otros.

Según el gran teólogo Karl Rahner, SJ y otros tantos interesados por el ser humano, buscamos conocer las cosas no solamente en sí mismas, sino en aquello que las hace ser y relacionarse. La búsqueda de respuestas ante la inquietante existencia es pues, una búsqueda siempre de origen, pero también de sentido. Probablemente sea ésta la mejor definición de espiritualidad. Pero el sentido es algo misterioso a la vez que evidente, personal a la vez que común y acompasado. Las grietas personales son compartidas pero insólitas al mismo tiempo. Ser individuo y ser comunidad puede ser una dicotomía infranqueable para algunas ideologías económicas y políticas, pero no necesariamente para las búsquedas espirituales: ahí donde me siento más único y especial es donde soy común al otro. El sentido de existir va, en mi caso y siguiendo estas ideas, en ir alcanzando una autenticidad que es reconocidamente similar a la del prójimo.

Pero esta es solamente una intuición y, como tal, es elusiva, inefable, escurridiza a la vez que simple y poco sorprendente porque no precisa de mucha ciencia y entendimiento para hacerse presente. Mientras pasan los años en que transcurre la existencia, uno se halla con experiencias fundamentales que provocan en las entrañas el surgimiento de certezas flacas y dudosas. La belleza abrasa. En ellas, la unión del amor claro y fructífero se tiene por única fuente y horizonte, se abren los cielos y se tiene una sensación de que una cuerda se une por los extremos y no hay división y no hay duda ni la posibilidad de ella: estamos vivos, nuestro interior se conmueve y queremos estar vivos, aunque sepamos que de la muerte y otras desgracias eventuales no escaparemos por ningún motivo.