tag:blogger.com,1999:blog-36594228322880446842024-02-20T19:22:57.845-08:00En casa de SoledadProfe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.comBlogger22125tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-35138363229563147232016-08-08T12:25:00.000-07:002016-08-08T12:25:07.072-07:00La gloria humanaUna de las escenas que mejor introduce a Cien años de soledad es aquella en que José Arcadio Buendía declara, orgulloso, que el mundo es redondo como una naranja. Era un explorador lleno de locura por descubrir el mundo, y esa necesidad por entender la atizaba su amigo Melquíades, el gitano que cada marzo traía inventos y novedades de alrededor del mundo.<br />
<br />
Como Melquíades y José Arcadio Buendía, muchos en la historia han explorado y empujado las fronteras de lo conocido. Colón no se cayó por las orillas del mundo, Eusebio Kino descubrió a caballo que Baja California no era una isla, Neil Armstrong pisó una roca que está a 384,000 kilómetros del suelo y también es redonda como una naranja.<br />
<br />
El ser humano explora fuera y dentro de sí: místicos, filósofos y científicos han buscado, desde hace mucho, nuestro origen, camino y destino. Unos niegan o corrigen lo dicho por otros, otros prefieren cambiar las preguntas y la mayoría simplemente camina esperando que las calabazas se acomoden en el camino. Pero todos deseamos; está en nosotros perseguir nuestro deseo, lo compartimos con otros y sentimos las mismas cosas cuando alcanzamos algo o los planes se frustran. No digo nada nuevo, hago hincapié en que somos exploradores deseando encontrar.<br />
<br />
Las justas olímpicas son atractivas por eso: el ser humano explora también los límites de su cuerpo. Qué tan rápido puede ir, qué tan alto puede saltar, qué tan fuerte puede ser. Dónde está la orilla del mundo y cuánto tardará en volverse a mover. Y el ser humano coopera con unos, rivaliza con otros, se determina y lo hace: otra vez, la orilla se mueve, el camino sigue.<br />
<br />
Deportistas históricos como Michael Phelps o Usain Bolt nos provocan asombro porque hacen cosas con sus cuerpos que parecen y son imposibles para el resto de nosotros. Los jugadores brasileños de voleibol reciben, acomodan y rematan con una potencia que parece sacada de un mar embravecido. La gracia de las clavadistas chinas se mete silenciosa al agua tras dos, tres o cuatro piruetas y giros en el aire. Las arqueras coreanas controlan la respiración, tensan el brazo y dan con la flecha en el centro de la diana. Tchaikovsky compone su concierto para violín y nos hace sentirnos listos para morir, Sorolla pinta Chicos en la playa y experimentamos el gozo de la luz que vieron sus ojos. Prometeo le roba el fuego a los dioses y los hombres lo usan para su beneficio.<br />
<br />
Lo que para unos fue ficción o exagerado anhelo, para otros es proceso de esfuerzo y obsesión apasionada. Superando los límites existentes y también los imaginarios, en un ambiente de amistad mundial, poniendo en pausa (que no olvidando) muchos de nuestros conflictos y con la claridad de que estar ahí es más importante que la victoria, la gloria humana se construye: un paso a la vez.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-3353383994148155152016-04-04T16:05:00.000-07:002016-04-04T16:23:29.440-07:00Intuiciones incompletas<div class="MsoNormal">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">La vida,
si de algo, se ha de sostener de intuiciones incompletas. Un universo mundo tan
amplio y vasto como el que habito, ensanchado por las ficciones, realidades
virtuales y fantasías que dentro y fuera de mí se ocupan de enturbiar las aguas
–aunque desde el principio el Espíritu de Dios revoloteaba sobre ellas–, se
quedó corto con su dosis de respuestas que en otro tiempo tuvieron los hombres
y las mujeres con diversas ideas, ciencias o religiones. Cada uno de quienes
cohabitan este planeta en este tiempo tiene preguntas sobre sí, sobre el otro y
sobre lo Otro. Ojeando textos de filosofía miro con estupor las multitudes de
inquietudes las que nos enfrentan al miedo –y sobre todo al deseo– de vivir y
convivir entre prisas de todo, excesos de consumo, ofertas al por mayor de
experiencias novedosas que resultan después de todo insignificantes y unos
abismos mayúsculos distanciando a unos de otros.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Según el
gran teólogo Karl Rahner, SJ y otros tantos interesados por el ser humano,
buscamos conocer las cosas no solamente en sí mismas, sino en aquello que las
hace ser y relacionarse. La búsqueda de respuestas ante la inquietante
existencia es pues, una búsqueda siempre de origen, pero también de sentido.
Probablemente sea ésta la mejor definición de espiritualidad. Pero el sentido
es algo misterioso a la vez que evidente, personal a la vez que común y acompasado.
Las grietas personales son compartidas pero insólitas al mismo tiempo. Ser
individuo y ser comunidad puede ser una dicotomía infranqueable para algunas
ideologías económicas y políticas, pero no necesariamente para las búsquedas
espirituales: ahí donde me siento más único y especial es donde soy común al
otro. El sentido de existir va, en mi caso y siguiendo estas ideas, en ir
alcanzando una autenticidad que es reconocidamente similar a la del prójimo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Pero esta
es solamente una intuición y, como tal, es elusiva, inefable, escurridiza a la
vez que simple y poco sorprendente porque no precisa de mucha ciencia y
entendimiento para hacerse presente. Mientras pasan los años en que transcurre
la existencia, uno se halla con experiencias fundamentales que provocan en las
entrañas el surgimiento de certezas flacas y dudosas. La belleza abrasa. En ellas,
la unión del amor claro y fructífero se tiene por única fuente y horizonte, se
abren los cielos y se tiene una sensación de que una cuerda se une por los
extremos y no hay división y no hay duda ni la posibilidad de ella: estamos
vivos, nuestro interior se conmueve y queremos estar vivos, aunque sepamos que
de la muerte y otras desgracias eventuales no escaparemos por ningún motivo.
</div>Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-44676589232802048602011-10-25T11:48:00.000-07:002011-10-25T11:50:15.818-07:00Hace tiempo Hace ya mucho tiempo que perdí el entusiasmo. Mi mujer no soportó que yo no pudiera compartir su dolor por el fallecimiento de nuestra hija y se fue. Yo también me hubiera alejado de mí.<br />
<br />
Pero no fue esa pérdida la que me arrebató la fogosidad en el ánimo. Sucedió antes, cuando trabajaba como asistente del gerente de ventas en aquella agencia automotriz. Recuerdo que me la pasaba aprendiendo detalles administrativos, técnicas de mejoramiento procesal, esquemas de ahorro y por supuesto interacción con personal y clientes. Aprendí mucho y tenía un fuerte anhelo de adquirir un automóvil como los que ayudaba a vender; la idea de vivir en un fraccionamiento residencial como el que habitaba mi jefe y poder viajar a donde él viajaba era fascinante. Recién casado y con mi esposa embarazada, podía ser un soñador y no sentirme normal y feliz por ello.<br />
<br />
Sin embargo tuvo que llegar la tarde en que aquel hombre llegó con su hija de dieciséis años a comprarle su primer coche. Llevaban ya varios días recorriendo el proceso de ver modelos, revisar costos, financiamientos, hacer pruebas de manejo y finalmente se habían decidido. Es absurdo que justo al salir con su nuevo vehículo los haya impactado una camioneta color azul desgastado. Varios salimos, pero solo una de las secretarias y yo nos acercamos lo suficiente para ver apagarse la vida de aquella muchacha, luego de mirarme mientras respiraba agitada, perdiendo poco a poco la luz en los ojos, que finalmente se quedaron abiertos y ausentes.<br />
<br />
No sé por qué desde entonces he padecido la paciencia y espero sin remordimientos la muerte.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-90503937909480098292011-10-12T09:43:00.001-07:002011-10-12T09:46:59.726-07:00Estofado<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">Luego de acomodar el filete de
res y las rodajas de cebolla en su raspada olla de peltre bajó el frasco con
las hojas de laurel de su repisa, sacó dos y lo devolvió a su lugar. Mientras
las colocaba opuestas y debajo de unos trozos de carne, recordó la primera vez
que su esposa preparó un estofado como ese y sonrió: acababan de volver de su
luna de miel y ella puso once hojas de laurel en esa misma olla que entonces no
estaba raspada. Provocó así que el estofado fuera horrible para el gusto y un
cargado aroma a laurel impregnó toda la casa por tres días. Desde aquella
ocasión, cada vez que la esposa no tenía ánimos de
cocinar, manifestaba antojo de estofado y su marido -presto y diligente- iba a
la cocina.<o:p></o:p></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">De eso ya hacía muchos años.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">Sal de ajo, tomate cocido y
molcajeteado, comino bien esparcido, papas cortadas en cubos grandes, un poco
de vinagre, aceite y un tanto de agua. Retiró la placa de la estufa y puso la
olla al fuego vivo. Introdujo unos pedazos de encino por un lado de la estufa
para que hicieran bastante calor y poco humo. Verificó haber regresado cada
frasco de especias a su lugar y se puso a lavar su tabla de picar y los dos
cuchillos. Preparó la mesa para adelantar: dos mantelitos hechos de palma con
sus respectivos platos de peltre y cubiertos de acero; vasos de vidrio, copas y
su botella de jerez.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: 'Times New Roman', serif;">Cuando comenzó a hervir el
estofado, hizo a un lado la olla y colocó de nuevo la placa redonda en su lugar
para mitigar el calor. –No debe tardar mucho, pensó él. Fue
taciturno al baño y revisó los pliegues y el cuello de su camisa, la alineación
de los botones, la posición de su cinturón, el pantalón y los zapatos. Todo en
su lugar. <o:p></o:p></span></div>Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-59298150782171814082011-07-21T12:47:00.000-07:002011-07-21T12:48:30.560-07:00Un perrito blancoLas ruedas de la bicicleta en que andaba con tanta soltura María Eugenia habían descubierto y aplanado un buen camino de bajada desde la loma en que se encontraba la escuela hasta el arroyo que anunciaba la llegada a casa de su tía Cleotilde, la casa de los naranjos. <br /><br />Todos los días salía la pequeña con su mochila de cuero a la espalda, se quitaba zapatos y calcetines, desfajaba su blusa, pisaba el pedal izquierdo y montaba la bicicleta mientras echaba a andar, como lo hacen los carteros en las ciudades, o al menos así le habían contado. La bajada no tenía muchos accidentes ni curvas, de tal manera que el ímpetu de su cuerpo acompañando la bicicleta cobrado luego del descenso requería buen manejo de los cuernos y mejores frenos para las emergencias, como la de esa tarde.<br /><br />Tras bajar la loma, doblando un poco a la derecha quedaba el puentecillo de poco menos de medio metro de ancho que habían construido los hijos de doña Cleotilde para no tener que rodear hasta el puente para pasar con camionetas. María Eugenia se había hecho muy hábil pasando a toda velocidad el puentecillo, apretando bien las manos y mirando solo al frente. <br /><br />Ocurrió lamentablemente para la niña que el perrito blanco de doña Camelia, la catequista, había sido expulsado de casa a reatazos tras ser sorprendido evacuando sus residuos en la fosa de un ave del paraíso, cuestión imperdonable en aquella pulcra vivienda. El perrito salió a perderse y muy extraviado andaba para querer cruzar el puentecillo de madera que lo llevaría a casa de doña Cleotilde y luego a ninguna parte. <br /><br />Un metro y medio había atravesado la infeliz mascota cuando María Eugenia lo vio justo frente a su rueda delantera, que viró violentamente a la izquierda mientras pegaba la chiquilla tremendo grito que puso a correr despavorido al perro. <br /><br />María Eugenia cayó al arroyo esa tarde, y por echar a perder los libros y enlodar el uniforme fue azotada con una jara del arroyo. Al perrito blanco nadie lo vio nunca más.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-20345171277062116122011-07-09T12:13:00.000-07:002011-07-09T12:16:58.216-07:00Confesiones de un lustrador de zapatos-¿Usted sabe limpiar este tipo de calzado?<br /><br />-Yo sé limpiar cualquier tipo de calzado, caballero. ¿Es gamuza?<br /><br />-Parecido, pero no estoy seguro.<br /><br />-Súbase nomás, entonces, aquí le acomodamos la vida.<br /><br />Se sentó y se quedó mirando cómo unas gotas comenzaban a romper el viento anunciando tormenta, mientras el hombrecillo aquel, de piel dura y sonrisa sosegada, doblaba hacia afuera los pantalones y metía unos cartoncillos blancos y plastificados entre calzado y calcetines.<br /><br />-Yo sé limpiar cualquier tipo de calzado –dijo de nuevo, rompiendo a la vez un trozo de lija vieja-, pero no vaya usted a creer que es por mis pistolas. A mí todo, o casi todo, me lo han enseñado mis clientes. Mire, deje le cuento, yo no sabía hace mucho limpiar unos zapatos así como estos suyos, pero un día llegó un señor desesperado porque ninguno en la plaza sabíamos de esto, y cuando le dije que yo tampoco sabía, él me dijo que era bien fácil y que él me enseñaba. Yo me le quedé viendo así como con desconfianza y le dije que no respondía entonces si algo le pasaba a sus zapatos. Me preguntó si tenía esto y esto y esto, y le dije que sí, que sí tenía, “ándale pues, agarra nomás el pedacito de lija y dale despacito y parejo al zapato, sin miedo”, me dijo el cliente, y ya me fue diciendo cómo hacer lo demás. Para la otra que llegó otro cliente con unos zapatos parecidos ya yo sabía qué hacer y en qué orden. Así aprende uno con el tiempo y con los clientes de uno.<br /><br />-Supongo que le llegan casos raros, a veces –le dijo el cliente, más interesado en la conversación, aunque muy atento al meteoro que se formaba en el cielo.<br /><br />-Todo el tiempo, jefe. Todo el tiempo. Mire, uno de los más curiosos fue un indio que quería que le limpiara sus huaraches. Es que los acababa de comprar ahí en el San Juan, y estaba lloviendo, así como ahorita, había charcos y pues metió los huaraches en uno y quedaron todos enlodados, por eso vino a que le limpiara sus huaraches. Pero yo le dije que yo no limpiaba ese tipo de calzado, que yo no limpiaba huaraches. Y pues el indio me preguntaba que por qué no, y le contesté que no porque le iba a mojar las patas, pues cómo iba yo a limpiar unos huaraches que ni encierran bien los pies, eran de los cruzados que dejan media pata descubierta, usted sabe cómo jefe.<br /><br />-¿Y en qué quedaron?<br /><br />-Pues el indio este me dijo que sí se los iba a limpiar, que él sabía cómo hacerle y me iba a decir. Me preguntó si tenía yo una bolsa de hule, de esas del súper. Yo saqué una y le pregunté: ¿de estas? -Sí, de esas meras -me dijo- ya nomás me quitas el huarache, metes mi pie en la bolsa, me vuelves a poner el huarache y asunto arreglado. Rete fácil que era. Así es la cosa, patrón, aprende uno de la gente que se le atraviesa todo el tiempo, ya ve que ese indio sí sabía cómo hacerle, y a fuerzas, si se la pasa con huaraches, ni modo que no supiera. Así aprende uno de todo, el indio sabe limpiar sus huaraches de cuero y el catrín sus zapatos de charol, pero yo sé limpiar todo tipo de calzado.<br /><br />Cuando terminó, retiró sus cartoncillos blancos, desdobló los pantalones y el cliente se bajó de la silla. La tormenta no acababa de arrancar, así que pagó, le dio una propina y se fue corriendo, para no acabar enlodado, como el indio de la historia.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-76800140750898343492011-04-08T09:49:00.000-07:002011-04-11T07:40:50.776-07:00Corriendo, corriendo.Se paró de puntitas para ubicar de dónde venía a voz de su mamá<br /><br />Habían entrado hacía unos veinte minutos al centro comercial, no tomadas de la mano, por supuesto, porque para vender pulseritas y aretes artesanales hacen falta al menos diez dedos por persona. Se movieron livianas por los pasillos buscando clientes entre las mesas de la plaza de comida, afuera de las tiendas de ropa en ofertas de temporada y junto a las isletas que venden baratijas al precio que sea mientras la transacción se haga bajo los techos de cristal del dicho <em>mall</em>. A los pocos minutos separaron sus esfuerzos para ganarse el día, con la consigna de andar en el mismo pasillo, para no extraviarse. <br /><br />No tardaron, porque nunca tardan, las voces oficialistas que se quejaron de que andaban vendiendo sin permiso. Sonaron esas voces que siempre defienden lo suyo, lo bueno, lo recto y lo conveniente, aunque eso sean simples billetes. Y a los billetes siempre responde la ley de manera expedita. Se movilizaron pronto las fuerzas del centro comercial armadas de macanas y botas con punta de fierro. Dos guardias caminaban rápido por los pasillos. <br /><br />Mamá los vio doblando en la esquina, una tienda de vestidos de alta costura. -¡Córrele, vámonos!- le gritó a su hija. <br /><br />La pequeña, toda mugrosa y asustada llegó a brincos donde su mamá le hablaba. –Ya llegaron estos idiotas, mija, vámonos rápido que nos quitan hasta lo del camión, los muy perros. <br /><br />La tomó de la mano y se fueron, corriendo, muertas de la risa.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-61427310462499454952011-03-14T08:41:00.001-07:002011-03-14T08:43:19.455-07:00Pobre aliadoMientras movía un lápiz aceleradamente entre los dedos, el señor Gobernador hacía como que escuchaba a sus primeros comandantes en el arte de mandar sobre importantes asuntos para toda la ciudadanía.<br /><br />Un mesero abrió la puerta del privado aquél y otro entró empujando un carrito con cinco platillos para el mismo número de comensales, que guardaron silencio por un segundo mientras el joven saludó y frenó el carretoncillo con los alimentos y se dispuso a colocarlos frente a sus atendidos. El señor Gobernador alcanzó a mirar hacia afuera del privado y vio una mujer joven, de unos veinticinco años, cabello castaño y hermosa figura en la barra de bebidas, al fondo del restaurante. Está buenísima –pensó-, y yo con estos imbéciles hablando de quién sabe qué demonios.<br /><br />-Urge que mandemos a los medios las cifras que podemos alcanzar con la construcción de la nueva carretera en la sierra, que incluyan empleos directos generados en las obras y los negocios de atención al turismo, dijo el señor secretario de de este ramo.<br />-Urge que los calculen, respondió el coordinador de comunicación social.<br />-Urge que dejen de ser tan lameculos e idiotas, pensó para sí el señor Gobernador, mientras sintió el peso de su saco como insoportable y se levantó, quitándoselo. Aprovechó para remangarse la camisa y prosiguió el juego con su lápiz, que se convertía en su aliado para tan mala hora.<br /><br />Las idas y venidas de argumentos y justificaciones alrededor de la construcción de la dicha carretera y otros proyectos continuaron mientras tomaban los alimentos: exquisitos cortes finos y carne de cordero. Tres cuartos de hora más tarde, acordados desde antes, se volvió a abrir la pequeña sala donde se encontraban y el mismo mesero entraba, esta vez con un carrito vacío, listo para llevarse loza y cubiertos sucios.<br /><br />El señor Gobernador no pudo contener la mirada y la dirigió de nuevo hacia la barra de bebidas, donde unas manos morenas sujetaban la cintura de la guapa mujer, que sonreía despreocupada, acercando cariñosa y repetidamente los labios al dueño de los dedos que la aprisionaban. <br /><br />El mandatario apretó su puño. El lápiz se quebró.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-31477864637084376672011-02-17T07:46:00.000-08:002011-02-17T07:50:16.922-08:00Todo en calmaAntes de retirar la sangre con una taza de peltre y terminar, Federico forzó y separó el costillar por el espinazo, luego de arrancar el corazón tibio.<br /><br />Aquellas vísceras eran resbalosas, pero no habían escapado de las manos expertas de Federico; cada semana mataba un puerco desde quién sabe cuántos años ya. Cada sábado, por la tarde. Siempre con cuidado de no reventar la hiel, que cuando muchacho su padre lo previno: “se echa a perder el marrano entero si le das con el cuchillo a esa bolsita”. <br /><br />-Los pulmones y riñones se sacan antes de las tripas, le dijo Federico a Everardo, relevándolo del trabajo.<br /><br />Everardo había separado con finura el cuero por todo lo largo que era el animal y subiendo por las patas con el filoso acero, de tal manera que se quitara como una especie de forro junto con la manteca, dejando descubierta la carne rojiza, promesa de un buen pozole.<br /><br />-Primero córtale las patas, por aquí, le mostraba Federico al muchacho, indicando los ligamentos que debía zanjar antes de trozar cada mano y cada pata.<br /><br /> Antes amarraron al cerdo con un bozal en el hocico, son animales salvajes, y amenazados, más. <br /><br />-Si le tienes lástima, no se muere, advirtió el viejo, con una voz densa y profunda.<br /><br />Luego las patas traseras. Lo tumbaron tirando del rabo y empujando con el pie toda su masa. Terminaron de atar las cuatro extremidades. Everardo tomó entonces el afilado cuchillo, vio su hoja brillosa y sin miedo lo hundió en el animal, rápido, al corazón. Fuertes chillidos y bruscos movimientos del agónico puerco rompieron el silencio de aquél patio, pero Everardo no retiró la mano.<br /><br />Cuando todo estuvo en calma, Everardo comenzó a separar finamente el cuero.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-5220820024516169682011-01-24T09:13:00.000-08:002011-01-24T09:32:33.335-08:00Qué más daMientras abotonaba su camisa, de abajo hacia arriba como se había acostumbrado, a pesar de que los estudiosos recomiendan que sea de arriba hacia abajo para no equivocarse y ahorrar tiempo, se quedó pensando y detuvo sus dedos presurosos.<br /><br />-Es la primera vez que estoy con alguien como tú- dijo mirando a la pared y de espaldas a la cama.<br />-¿Es la primera vez que estás con una puta? -reviró ella, que descansaba aún entre las sábanas.<br />-¿Eso eres?<br />-¿Prefieres que me diga sexoservidora?<br />-No sé.<br />-Nunca saben. ¿Así que la primera vez?<br />-Sí.<br />-¿Y?, ¿te gustó?<br />-No sé. Bueno, sí. Fue diferente. ¿Llevas mucho tiempo en el negocio?<br /><br />Inmediatamente recordó su escuela secundaria, los sicomoros que daban sombras para enamorados en el parque de su barrio, esas primeras caricias que la hicieron apretar las piernas y luego aflojarlas junto con todo el cuerpo, los primeros regalos bonitos que el dinero compraba y después el dinero bonito que compraba los regalos y, finalmente, los golpes y amenazas de aquél hijo de su puta madre que empezó a comerciar con sus mieles rentándola a veces como simple baño y a veces como accesorio de lujo para fiestas de ocasión.<br /><br />-¿Hace alguna diferencia que te lo diga?<br />-Supongo que no -dijo mientras terminaba de fajar su camisa en el pantalón. -Más bien es el morbo de saber cómo empezaste, si el hambre te ahorcó la voluntad, si fuiste abandonada y no tuviste otras oportunidades; yo que sé, esas historias que uno escucha o ve en las películas.<br /><br />Ella lo miró con sus ojos grandes y redondos. Lo miró directo a las pupilas.<br /><br />-Oh, un biógrafo, qué bien. Pues, ¿qué más da? El hambre, las telenovelas, los comerciales de botas y bolsos de piel, el gobierno, las maquiladoras, las estaciones del año, las de la radio, la policía o los noticieros. ¿Qué más da? De todas formas tú dices “alguien como tú” de mí. ¿Qué más da si dejé la secundaria a la mitad o fui a la universidad? ¿Qué más da si luego continúas con tu censo y me preguntas si me gusta lo que hago? ¿Importa si soy un frondoso cerezo o un durazno seco? ¿Qué más da si tú eres casado o soltero, si te sientes solo o crees que necesitas más, si vuelves o no vuelves? Qué más da -terminó, mirándolo con franqueza-.<br /><br />-Tampoco es para que te pongas elocuente. ¿Ya te pagué?<br />-Imbécil, ni que estuvieras en una tienda de abarrotes para preguntar babosadas- le dijo, dibujando una sonrisa amistosa.<br /><br />Él había escuchado todo con su mano derecha puesta en la perilla de la puerta de la recámara de la casa de putas.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-41229077860657150022011-01-17T11:53:00.000-08:002011-01-17T11:55:35.685-08:00Ya quiere su aguaLa presión sanguínea fue disminuyendo de manera dramática y al final un sonido agudo y continuo anunció que entraba al mundo de los recuerdos. Su marido había sido retirado y esperaba en una salita azul con una mesa negra sosteniendo un florero amarillo con forma de pera, la misma salita donde siempre los familiares de los enfermos reciben noticias fúnebres.<br /><br />La mató un choque anafiláctico que le produjo la administración negligente de penicilina. Nadie se preguntó por sus alergias; finalmente, los jodidos no deberían darse esos lujos.<br /><br />Su hombre realizó todos los trámites mortuorios con la parsimonia de una vaca que toma el sol al mediodía. No se tomó el tiempo de reclamar que la estupidez haya matado a su esposa. Al día siguiente se llevó el cuerpo frío y en una caja de madera que le regalaron unas monjas de buena voluntad. La enterraron en la loma seca y sin mayor encanto que el de servir de panteón a su ejido, asistieron unos pocos indios y las mujeres de la comunidad.<br /><br />Volvió a su casa, con sus dos hijas pequeñas y durmió durante dos días con sus noches. Al despertar, se dirigió con pasos aletargados y el sopor de mayo sobre su cabeza hasta su parcela. Miró los ansiosos surcos de la tierra y dijo: ya quiere su agua.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-37435560787851249002010-12-22T18:42:00.000-08:002010-12-22T18:46:00.261-08:00Alfiles cobardesMe pregunto cuándo carajos terminaré de manera distinta.<br /><br />Siempre en estos tristes vagones, con el pulque abatiendo mi conciencia, con la decepción de haberme acobardado de nuevo. Quién sabe cuántos años y todo es lo mismo.<br /><br />Se sentó con dificultad, ladeó su cabeza y su largo y cano cabello se posó sobre el cristal frío. Sus dedos, ocupados desde hacía más de cincuenta años al ajedrez, descansaban sobre su pierna derecha. El metro estaba lleno aunque no era una hora tan común para ello, pero a él eso ni le importaba ni lo podía angustiar, traía el ser nublado por el maguey fermentado y el fracaso lo había invadido de nuevo.<br /><br />No sé por qué no pude sacrificar el alfil. Tan sencillo que era, tomar el peón de “h”, atraer al rey por la derecha y atacar con la torre. No iba a resistir la combinación, debí ganar. Pero es lo mismo de siempre, parece que con el tiempo la cobardía se me hizo destino. Es lo mismo de siempre.<br /><br />El sueño lo comenzó a sujetar por todo el cuerpo y la cerradura de sus ojos le abrió, al cerrarse, la vieja bodega llena con papeletas de partidas perdidas y empatadas que tenían fechas amarillentas y olían a falta de gallardía. Desde aquél torneo mundial juvenil en que quedó de subcampeón por no soltar sus altas precauciones y arriesgarse a las probabilidades vertiginosas del sacrificio de una torre habían pasado muchos castigos, muchos tragos de pulque y pocas nuevas glorias.<br /><br />El vagón se detuvo cautelosamente y los últimos pasajeros que quedaban bajaron. Despertó el viejo con el presentimiento interno de que estaba solo aún en sueños.<br /><br />Caray, por lo menos esta vez me quedé dormido hasta la última estación.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-86683281294441864182010-12-08T09:56:00.000-08:002010-12-08T10:06:27.919-08:00Terrible silencioSe había determinado a capturar el silencio con su lente. Se hartó de las fotografías que provocaban todo tipo de reacciones, que decían, que proponían. Él quería el silencio en una imagen. Veinte años eternizando momentos y por fin encontró su vocación.<br /><br />Sus primeros intentos fueron muy ridículos. Trató componiendo la escena de la crucifixión de aquél pobre nazareno que sintió el silencio del que llamaba Padre al gritarle “¿por qué me has abandonado?” en unos pastizales con una colina. No puso ninguna cruz para no evocar nada. Pero su tremendo talento provocó esa tristeza que suscita la muerte de los justos. No era el silencio, era la tristeza.<br /><br />Obtuvo también la que tal vez haya sido la mejor imagen de una gardenia. Una gardenia en el pleno de su belleza que dejaría a todos mudos. Una gardenia a punto de morir. Fue más desastroso el intento, porque las vísceras de quienes la veían se llenaban de la melancolía que siembra la belleza efímera de las flores en las conciencias de los hombres. Pero este segundo intento le dio una idea: tal vez en la luna encontraría el silencio.<br /><br />Obsesionado con el asunto, se alió con expertos en astronomía para encontrar que la luna modelara para su cámara y mostrarla seca y con una rabiosa falta de expresión. Lo logró y con esa imagen le dio la vuelta al mundo. Las mentes comunes y las sabias decían que la luna era la vocera de la soledad. Fracasó de nuevo porque hasta se encontró poemas que hablaban de cómo la luna en su soledad contemplada desde lejos unía al género humano en un solo y fatídico destino.<br /><br />Para él era todo basura. Todo lo que se decía de sus imágenes lo consideraba asqueroso, porque lo consideraba su fracaso ya no como fotógrafo, sino como hombre. Se dijo a sí mismo entonces que lo único que guardaría silencio sería la muerte. Compuso y capturó pues la imagen de un sosegado muerto. Era terrible, desoladora y repugnante. Muchos se indignaron y aquél fotógrafo fue vituperado por ser un supuesto miembro de una supuesta cultura de la muerte. Lo cierto es que de cualquier manera, al verla, esa fotografía obsesionaba a los espectadores con la idea de la nada, con el discurso de que al final nos terminamos. Finalmente, no era el silencio sino el destino lo que veían.<br /><br />Cuando lo encontraron, hallaron su epitafio y herencia junto a él, en un papel arrugado que decía: “el silencio es lo que se encuentra entre un momento y otro, pero nunca deja de suceder algo, he ahí la desgracia”.<br /><br />Harto de todo, el fracasado aquél se colgó a sí mismo de una viga cerca de las vías del tren.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-80255153944211912082010-11-30T17:47:00.000-08:002010-12-01T07:54:12.419-08:00Luz rojaJuan Pablo llevaba cinco de sus diez años de vida siendo mercader de todo tipo de dulces en todo tipo de lugares. Chicles, dulces de tamarindo, mazapanes, palanquetas, cacahuates garapiñados, paletas de caramelo en invierno y de hielo en verano, pastillas de menta, chocolates y dulces de coco. Su madre se quedaba vendiendo periódicos y revistas en una esquina de aquella ciudad tan ingrata como grande, y Juan Pablo se iba con su cajita mil veces rota y reparada con cinta adhesiva, a vender, a contribuir para sobrevivir en esa vida absurda, miserable y aburrida para todos.<br /><br />Esa tarde de octubre, Juan Pablo traía palanquetas en su cajita fea y muchas más de ellas en una bolsa de supermercado que le servía de bodega cada día. Vestía un pantalón de tela vieja color verde olivo, que le llegaba hasta un poco arriba de los tobillos, una camiseta de tirantes con rayas amarillas, zapatos café con cintas blancas y andaba como siempre, sin calcetines. Tenía una cara redonda cobriza como un tejocote maduro y cabello lacio, corto y mal cortado. Como cada tarde, ya traía los ojos rojos y la nariz cansada de tanto humo y polvo que los vehículos levantaban con monotonía. La venta había sido buena y curiosamente no tan cansada como otras veces, por lo que aquél iba a terminar como un día con cena, seguramente atole con vainilla y unas galletas, de chocolate, tal vez, es que la venta había sido muy buena.<br /><br />Se había alejado en total unas cinco cuadras de su madre, entre que lo corrían muchachos más grandes, lava vidrios, vendedores de periódicos, vendedores de accesorios para coche, indios mendigando, y que hallaba más redituable irse moviendo con el tráfico por las calles, para encontrar mejores mercados y no aburrirse. Regresaba a paso veloz, porque sabía que su mamá no era mujer paciente y se enfadaba con unos minutos después de las seis de la tarde que llegara. El sol era muy rojo y no dejaba muy bien ver hacia enfrente, reverberaba y parecía que las partículas de luz se veían en el aire, que el rojo se hacía ambiente, no ambientador. Sintió más urgencia y apretó todavía más el paso, vació las tres palanquetas que quedaban en su cajita fea y a ella misma en la bolsa de supermercado, se la enredó en el brazo derecho y comenzó a correr. Se sabía de memoria los cambios de las luces, pero no vio que le quedaban tres segundos o menos a la luz del semáforo peatonal, así que corrió más veloz, pero no logró llegar a mitad de la avenida cuando escuchó un rechinido horrible, los gritos nublados de dos mujeres del otro lado, un claxon estridente y su corazón que casi se le salía del pecho por el sobresalto. En una fracción de segundo se detuvo, miró hacia su izquierda y vio el poderoso y oxidado frente de una camioneta venir hacia él, emitiendo esos ruidos que avisaban muerte.<br /><br />Sintió Juan Pablo un vergonzoso calor en su entrepierna, que salía y bajaba por la pierna izquierda lentamente. Su pantalón viejo, de color verde olivo, que le llegaba hasta un poco arriba de los tobillos, se mojó con su miedo. Sus ojos también se mojaron con su miedo, y caminó despacio, muy despacio, otras dos calles, hasta donde estaba su madre, esperándolo en el puesto de revistas.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-47576179533408236602010-11-22T11:59:00.000-08:002010-11-22T12:00:28.450-08:00Guadalupe González<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:trackmoves/> <w:trackformatting/> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:donotpromoteqf/> <w:lidthemeother>ES</w:LidThemeOther> <w:lidthemeasian>X-NONE</w:LidThemeAsian> <w:lidthemecomplexscript>X-NONE</w:LidThemeComplexScript> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> 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Si aquí nunca pasa nada, ahí siguen los cerros, secándose más cada que da vuelta el año. Y así han estado siempre, desde hace mucho, desde antes de que mi abuelo fuera a la bola con el tal general Pedro Zamora, a pelear en Sayula. En esos tiempos ya estaban los rancheros cansados de andar siempre con el lomo más cargado que el de un burro; a los pobres chamacos como mi marido los traían cargando su chiquigüite lleno de maíz con la cabeza, entrando y saliendo de los graneros todo el chingado día. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX">Pero acá eso de la revolución nomás no hizo nada. Acá nos quedamos sirviéndole al patrón como perros, hasta 1971, cuando se repartieron las tierras, unos tres años después de que lucharan otra vez. Sí, profe, tuvieron que sacar los machetes de vuelta, ahí anduvo mi marido y otros de aquí del rancho. Unos más estaban de acuerdo con el patrón, así que la pelea fue entre la misma familia, aquí, entre los mismos rancheros, pues.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX">De todas formas, todo el tiempo, aquí se vive tranquilo; se van los hombres a la parcela a cuidar la milpa, arreglar los cercos, <span style=""> </span>y se queda una torteando, haciendo el quehacer; vuelven los hombres y aquí nos quedamos en la sombra del tamarindo. Hacemos nuestras aguas de jamaica con guayaba cuando no hay tamarindos y nos vamos a los jagüeyes a ratos, cuando nos cansamos de lo mismo de todos los días. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX">Aquí seguimos respirando aire y comiendo comida, no cosas que salen de las fábricas. Tomamos leche de las vacas, profe, no de las cajas. Los días rinden porque los agarramos calmados desde que raya el alba hasta que se pone rojo el cielo al atardecer, no nos apuramos, nomás trabajamos mucho; mucho trabajamos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX">La tristeza que me da es que ni trabajando tanto salimos de pobres. Al contrario, cada vez más miserables somos; no vale nada nuestro maíz, ni los cacahuates, ni los chiles ni nada. Ni siquiera nuestros animalitos valen. ¿Qué otra cosa le queda a nuestros muchachos, si no es irse al norte?<span style=""> </span>No hallan como salir adelante, no tienen escuela y el campesino en este país parece que a nadie le importa, ¿usted cree que van a quererse quedar donde nadie los quiere? Así que nos vamos quedando nomás los viejos y las viejas, como yo, a vivir de los recuerdos, porque niños ya cada vez hay menos, y los niños son lo único que le alegra nuestros corazones. Así que ya nos quedamos solos, pobres y tristes, como el campo cuando no llueve.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-MX">Ya le digo, profe, aquí no hay nada que contar ya. Aquí estamos tan jodidos que hasta las pinches pulgas se largaron.</span></p>Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-31648055546182905052010-11-13T13:33:00.000-08:002010-11-13T14:26:02.337-08:00La casa del sevillanoEl último puñetazo fue directo a su sien y Lorenzo perdió el equilibrio, cayendo sobre su costado derecho. No perdió la conciencia, pero ya estaba sofocado y su vista se había nublado. Al tratar de escupir la sangre que abundaba en su boca, sintió una patada en el hígado, luego otra y otra más. Se desmayó luego del puntapié que le fue propinado en la boca, tras advertir que una o dos muelas, no lo supo, se desprendieron de sus encías y quedaron ahí, dentro de la boca deshecha a golpes.<br /><br />Cuando despertó sin abrir los ojos y dos horas después, supo que aquél lugar con olor a canela no era su casa. Apenas hizo un intento de girar, porque esa posición boca arriba lo hacía experimentar una ansiedad inusitada, pero se dio cuenta que cada parte de su cuerpo le causaba un pequeño tormento. Se desmayó de nuevo.<br /><br />Volvió en sí hasta el día siguiente. Esta vez no sentía las mismas punzadas por todo el cuerpo, así que, a pesar del suplicio, pudo girar un poco a la izquierda y abrió finalmente los ojos, viendo entre manchas de colores una figura de san Antonio de Padua, una virgen que no era la de Guadalupe y un inconfundible Sagrado Corazón de Jesús al centro de las otras. Debajo de las tres imágenes detectó la llama de un cirio usado en la semana santa, seguramente. Se imaginó que estaría en la casa del sevillano que había llegado un par de años antes al rancho. El tal sevillano se había quedado a vivir de su trabajo en un huerto que compró, luego de enviudar y cambiar el continente donde residía. No había tenido hijos, pero aquella ciudad de gitanos le parecía demasiado incómoda y siempre tuvo un ánimo más bien campestre. Llegó al rancho por puras coincidencias que no tiene más caso relatar.<br /><br />No se equivocó Lorenzo, estaba en la casa del sevillano. Emitió un leve quejido que fue suficiente para avisar al dueño que había despertado. Llegó éste y se dio cuenta que Lorenzo viviría.<br />–Se necesitan muchos cojones y ser un pendejo para llevarle canciones a una mujer casada, le dijo.<br />–Me duele todo.<br />–No te voy a mentir, cuando te estaba trayendo, me acordé de mi esposa muerta.<br />–¿Por qué? Inquirió Lorenzo más por educación que por interés.<br />–La mataron a golpes en un asalto, allá en Sevilla. Ella no era ninguna pendeja.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-9766972519307766762010-11-09T06:47:00.000-08:002010-11-09T06:50:18.574-08:00Cuentos bajo tierraLa muerte del esposo de la senadora Bernal causó revuelo en toda la nación. Había sido uno de los primeros en denunciar y actuar contra los abusos hacia los trabajadores de la industria manufacturera norteamericana y fue derrotado veinte años antes cuando fue postulado a una diputación por el conservador que después sería padrino político de su esposa, de la que se enamoró y con quien estuvo casado por diez años, antes de su fallecimiento. Ella tuvo una carrera ascendente y sin freno desde el inicio, no solo por los favores que recibió, pero también por su determinación tan vigorosa; él la quiso sin tomar en cuenta sus diferencias ideológicas y sufrió por ello el menosprecio de sus propios correligionarios, que lo recordarían por sus momentos de protesta gloriosa, antes que aceptar que el amor había doblegado su voluntad.<br /><br />El éxito de su mujer lo orilló a dedicarse a sus clases en la universidad por las mañanas, al cuidado de su pequeño hijo por las tardes, tarea que siempre ejecutó de manera encomiable y cariñosa, inventando historias de duendes, hechiceras y animales míticos que le contaba por las noches. Pero ahora estaba simplemente muerto. Su hijo, que contaba ocho años de edad aquél verano, vio sus manos pálidas sobre su estómago, con los dedos cruzados y entre ellos el sencillo rosario que le había regalado Sergio Méndez Arceo, uno de los famosos “obispos rojos”, mucho tiempo atrás; la corbata anudada, prenda que nunca usaba en vida; sus labios cerrados y con la más firme expresión de finitud y todo su cuerpo quieto, dejando ver que estaba listo para pasar la eternidad bajo la tierra. Y así se cumplió: lo colocaron en su tumba ese sábado y se fueron a seguir con el resto sus vidas.<br /><br />El niño no derramó una sola lágrima esos días, ni los siguientes, hasta una noche en que la senadora fue a su recámara para cerciorarse de que el pequeño estaba dormido, pero se percató desde metros antes que estaba berreando sin consuelo y llamando a gritos a su padre.<br /><br />-¿Qué te sucede?, le preguntó con una voz gélida que le había proporcionado su oficio público.<br /><br />-Quiero que papá venga. ¡Quiero que venga!, respondió entre sollozos el chiquillo.<br /><br />-Sabes que eso no se va a poder, dijo la senadora, mientras le rozaba la mejilla con su pulgar izquierdo y se sentaba al borde de la cama. -¿Qué te pasa?<br /><br />Y el niño contestó con total desilusión y derramando gruesas lágrimas: es que… ¿ahora quién me va a contar lo que le pasó al capitán del barco que fue atacado por piratas, que naufragó y se ocultó en una isla mágica? ¿Tú?Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-40530748673111116122010-11-03T20:45:00.000-07:002010-11-03T20:49:35.277-07:00El último corteEl sonido del motor de aquél endemoniado camión era un rugir de bestia indomable que dejaba a la madrugada sin su serenidad natural. Y era lo mismo todos los días. Juan Ignacio bajaba con su mocha en la mano derecha, el galón lleno de agua, tapado con un pedazo de hule y una liga, colgando del hombro izquierdo, la cabeza cubierta del fresco matinal con la misma sudadera color marrón de siempre. Bajaba solo, con los pasos al unísono de los demás cortadores, que ni siquiera se saludaban unos a otros –no eran horas apropiadas para saludarse, las cinco de la mañana-. Subirse al camión era la siguiente parte del rito matutino esa época del año. Y después, ya hacinados en la plancha trasera convertida en una jaula adecuada apenas para cerdos, venía lo que Juan Ignacio no conocía de cada día: el lugar del trabajo.<br /><br />Esa mañana fueron a unos campos bastante cerca del rancho, así que llegaron tan temprano que el crujir y el humo de las hojas dejaba saber que sería una jornada caliente desde el inicio. Le tocó a Juan Ignacio un buen corte, con surcos derechos y las cañas bien erguidas. En seis horas, el sudor, la ceniza, el escozor que infligió la mocha en su mano derecha y los oídos retumbando dejaron al hombre aquél deseando que fuera el día siguiente, ya por fin, el día siguiente. Avanzó casi treinta varas ese día, bastante más que la mayoría de los cortadores y también que él mismo en el común de los días. Ese día no bebió con los compañeros, como casi todos los días. Se fue temprano con su esposa y su hija. Tampoco gritó ni dio portazos. Ni durmió, se quedó ahogado entre la calma de la noche y la agitación de su tristeza.<br /><br />La otra mañana Juan Ignacio tomó, con otros cuatro y con otros tantos que salían de aquellas tierras amargas, otro camión que iba en otra dirección; mucho más al norte. A tierras engañosas.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-184955402456911492010-10-29T07:07:00.000-07:002010-10-29T07:14:15.611-07:00Un lirio secoEran ya sesenta y dos años, ásperos y ridículos desde el primer día que doña Lirio existió en profunda lacería. Desde aquél fatal y estúpido voto de convertirse en virgen por segunda vez y vivir como maldita toda su vida, con una trémula pero suficiente convicción de que la dicha no era su camino.<br /> <br />Sesenta y dos años desde que despertó con él a su derecha, escondidos en un jacal por la falda del cerro que dejaba el rancho en la penumbra hasta bien entrada la mañana, ocultos donde se terminaban los cañaverales y podían retozar y buscar las huellas del tiempo en el cuerpo del otro; tuvo conciencia de estar plácida y con el pecho descubierto, sin verlo dormir y haciendo cuentas de la hora que sería y lo que faltaría para que la luz los reanimara. Media hora estuvo así, cuando le vino desde el mismo infierno un apretujón en los riñones, que la hizo arquear la espalda para estirarlos. Tras unos minutos más, cuando su enamorado despertaba entre mojando los labios y tragando saliva, deseoso por admirar aquel veraniego vientre y extendía la mano para rozarlo, ella lo miró con unos ojos de tecolote y pronunció carente de toda emoción su propia condena: “tengo el corazón seco”. Se cubrió el pecho y giró hacia el lado de su sequedad.<br /><br />Sesenta y dos años que fue conocida como un Lirio seco.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-87473160902936587172010-10-25T08:12:00.000-07:002010-10-25T08:14:16.358-07:00CecilioLo recogieron veintiséis años antes, tras recuperarse en un hospital de la Cruz Roja y le pusieron por nombre Cecilio. Perdió la memoria, si es que tenía algo para recordar, y nunca se supo si tuvo familia o alguien obligado a quererlo. El menor de sus problemas fue la hemiplejia que dejó el lado derecho de su cuerpo tieso como un hueso de durazno seco.<br /><br />Se había dedicado tantos años únicamente al atesoramiento de nuevas enfermedades, desde los dolores en los riñones hasta la demencia senil y principios de esquizofrenia. Contra todo casi siempre se defendió con habitual y sereno rencor, pero los últimos años llegó con justicia la desesperación, que todo lo mancha. Desde que comenzó el resto de sus días se movió arrastrando su silla de ruedas con la pierna izquierda. En una tarde como todas, parte de su agonía, se dirigió hacia una puerta, tras la que estaban unas escaleras grises; por ésas se dejó caer, para terminar de una vez, pero no se fracturó ni siquiera una clavícula; lo único que sucedió fue que se abrió la frente y el párpado derecho, con un asombroso derramamiento de sangre, que pasmó a unas enfermeras que lo vieron inconsciente. Después de aquella tarde, no salía de los dormitorios sin compañía.<br /><br />Tiempo después, recién convertida en monja y llena de santas ilusiones, María Esther llegó a trabajar al hospital para enfermos crónicos donde habitaba Cecilio. Durante el tercer día, mientras aún estaba conociendo las instalaciones, en el turno de visitar el área geriátrica para varones, Cecilio la recibió con bastante animosidad: ¡mátame, hija de tu puta madre, mátame! Desde entonces, con esta frase y variantes muy similares la insultó cada día que lo visitaba; mientras, la pobre muchacha elaboraba frases dulces, amorosas y débiles para calmar aquella que consideraba un alma atormentada y triste.<br /><br />Sólo pasaron tres semanas antes de que el hechizo que tenía a María Esther vislumbrándose en los altares y pasando la eternidad con el cuerpo incorrupto, se rompiera. Era después de todo una mujer de rancho y la fuerza de sus vísceras seguía intacta. Una mañana de martes llegó al pabellón de geriatría.<br />- ¡Hija de la chingada, mátame!¡Mátame!<br />- De acuerdo, te voy a matar, cabrón, nomás préstame una pistola, le respondió.<br />- No tengo, pero ven mañana, la voy a conseguir, dijo Cecilio, con el esbozo de una sonrisa dibujándose en sus labios.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-33336912048389933212010-10-20T05:23:00.000-07:002010-10-20T05:25:26.698-07:00Imbécil de dos coloresEsta es la historia del hombre ridículo que todos los días pinta un par de bordos en una pequeña avenida. El sujeto está loco, o debe estarlo, porque muy temprano, al iniciar el tráfico nuestro de cada día, llega con su par de botes rebosantes de pintura, blanca y amarilla por supuesto, se instala en la banqueta, reza para solicitar la ayuda del Eterno en su tarea del día y comienza a pintar franjas de ambos colores con su espantosa y vieja brocha: la parte del medio de la avenida primero y el carril que queda vacío mientras ésta funciona, por decirlo de algún manera, “de ida”, como vía de salida para los felices trabajadores que se van a sus destinos matutinos.<br /><br />El individuo sonríe casi siempre, saluda a los automovilistas, tiene actitud de estar laborando y da la impresión de que ése es el sustento de su mísera existencia; se seca el sudor como cualquier obrero. Por lo menos cuatro teorías se han suscitado entre los vecinos de la colonia respecto al pintor de asfalto: una que lo acusa de ser un millonario exótico que se entretiene mientras un coche lo arrolla y conduce a la muerte; otra dice que es una especie de comercial para las empresas distribuidoras de pinturas; la más radical afirma que es un intento del gobierno por distraer a la población de la problemática en que nos tiene sumidos y finalmente la menos reflexiva que simplemente declara que así es él, que ésa es su forma de ser, que es el emblemático loco del barrio.<br /><br />Por las tardes pinta lo restante de los bordos: por el carril que sirvió de salida en las mañanas, vacío mientras los vehículos regresan del mundo por el lado pintado en el turno matutino, arruinando cada día el trabajo de ese día. Parece que el pobre imbécil disfruta viendo su trabajo estropeado, así sabe que al día siguiente algo habrá por hacer. Se va con la luz del día, en la calle deja lista su obra para que por la mañana los vecinos la destruyan, de nuevo.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-3659422832288044684.post-8466636685789050522010-10-12T10:00:00.000-07:002010-10-12T10:06:58.706-07:00Café y naranjasAquella rancia tarde de Septiembre, mientras cursaba el cuarto grado de primaria, su tía Cleotilde, que con justicia se ufanaba de tener las naranjas de pulpa más sabrosa en la región y con humildad reconocía que aquellos cítricos en su patio no servían para preparar buenos jugos, entró en la casa, luego de cerrar el cerco que separaba sus cuatro chivas del resto del monte y se sentó cerca del fogón, a vigilar la olla con el hervor de los frijoles y, sobre todo, la tetera de peltre que despedía un aroma suave y encantador, que siempre hechizaba a la familia y la atraía a la cocina en todo tiempo de ocio común. Mientras sacaba la mitad de cebolla que estaba en la canasta de jaritas tejidas colgando del techo, para sazonar los frijoles, la tía Cleotilde le explicó que en su casa se debía servir café en todas las comidas, en memoria de su difunto marido, el tío Luis, porque él siempre se preparaba para dejar pasar la vida con una taza grande: cuando se iban a casar, cuando nació su primer hijo, antes de ir a pedir la mano de cada una de sus cuatro nueras, para ir a quemar y cortar la caña, en fin, hasta para morirse, aquel día que su corazón se detuvo cuando metía el pie izquierdo en el estribo de la montura de su mula. Al terminar su cátedra le sirvió en una taza pequeña de barro y le advirtió que endulzara su bebida con una cucharada de miel, porque los niños no deben tomar el café amargo, eso es para los viejos, que ya aprendieron de azotes en el alma.<br /><br />En la mañana, la vieja Cleotilde, antigua como los álamos del rancho, mandó a la chiquilla a trepar en el naranjo y cortar trece naranjas medianas. Con su vivacidad de siempre, con la misma de todos los días, se subió María Eugenia y las fue cortando bajo la supervisión y recomendaciones de su tía. Luego de unas treinta voces de “aquella no” y “esta otra sí” se terminó la tarea y bajó la niña, presintiendo que iba a suceder lo de siempre y no se equivocó. Cleotilde las cortó todas por la mitad y las metió, una por una, a su exprimidor de fierro colado, a sacarles el jugo y el espíritu. La niña le volvió a preguntar para qué las hacía jugo, si ya sabía que no eran para eso, la vieja le contestó como cada día: “para ver si esta vez tenemos suerte y sale bueno”.Profe Tristehttp://www.blogger.com/profile/05122215214860240854noreply@blogger.com13