Aquella rancia tarde de Septiembre, mientras cursaba el cuarto grado de primaria, su tía Cleotilde, que con justicia se ufanaba de tener las naranjas de pulpa más sabrosa en la región y con humildad reconocía que aquellos cítricos en su patio no servían para preparar buenos jugos, entró en la casa, luego de cerrar el cerco que separaba sus cuatro chivas del resto del monte y se sentó cerca del fogón, a vigilar la olla con el hervor de los frijoles y, sobre todo, la tetera de peltre que despedía un aroma suave y encantador, que siempre hechizaba a la familia y la atraía a la cocina en todo tiempo de ocio común. Mientras sacaba la mitad de cebolla que estaba en la canasta de jaritas tejidas colgando del techo, para sazonar los frijoles, la tía Cleotilde le explicó que en su casa se debía servir café en todas las comidas, en memoria de su difunto marido, el tío Luis, porque él siempre se preparaba para dejar pasar la vida con una taza grande: cuando se iban a casar, cuando nació su primer hijo, antes de ir a pedir la mano de cada una de sus cuatro nueras, para ir a quemar y cortar la caña, en fin, hasta para morirse, aquel día que su corazón se detuvo cuando metía el pie izquierdo en el estribo de la montura de su mula. Al terminar su cátedra le sirvió en una taza pequeña de barro y le advirtió que endulzara su bebida con una cucharada de miel, porque los niños no deben tomar el café amargo, eso es para los viejos, que ya aprendieron de azotes en el alma.
En la mañana, la vieja Cleotilde, antigua como los álamos del rancho, mandó a la chiquilla a trepar en el naranjo y cortar trece naranjas medianas. Con su vivacidad de siempre, con la misma de todos los días, se subió María Eugenia y las fue cortando bajo la supervisión y recomendaciones de su tía. Luego de unas treinta voces de “aquella no” y “esta otra sí” se terminó la tarea y bajó la niña, presintiendo que iba a suceder lo de siempre y no se equivocó. Cleotilde las cortó todas por la mitad y las metió, una por una, a su exprimidor de fierro colado, a sacarles el jugo y el espíritu. La niña le volvió a preguntar para qué las hacía jugo, si ya sabía que no eran para eso, la vieja le contestó como cada día: “para ver si esta vez tenemos suerte y sale bueno”.
Jesús: cada vez me gusta más lo que escribes. Ya estoy viendo cerca un bonche de hojas con una portada con tu nombre listas para que cientos o miles de ojos y almas sean tocadas...sigue, sigue, sigue
ResponderEliminarPreferí leer tu entrada que leer el condicionamiento clásico de Pavlov. Y amo el condicionamiento clásico, con eso te digo todo.
ResponderEliminarTe sigo y te leo hasta que los Mayas me lo permitan.
Un gustazo leer algo de más de 140 caracteres.
ResponderEliminarUn saludo.
Sí, enamorada de ti y de tus panqueques.
ResponderEliminarA las barrocas nos va mal la ridícula suma de 140.
Escribe más.
Anda.
Felicidades!!!!
ResponderEliminarMe quedo esperando el siguiente post.
Saludos sabor Chihuahua.
Irly
chuyitooo deberias d compartir mas se que tienes mas. saludos un abrazoo!! _brendaglez
ResponderEliminary todo por un Jugo de naranja
ResponderEliminarMuy bueno. Saludos
ResponderEliminarMijo!!! chuyito me gusto felicidades te mando un abrazo y sabes que es un gusto tenerte como mi compañerito de trabajo te quiero un chingo!!!
ResponderEliminarPaz Moya
pues si, Cleotilde como muchos de nosotros sigue esperando encontrar resultados diferentes haciendo lo mismo...
ResponderEliminarGracias por decirlo así...
un abrazo!
Deb+
Amigo, no dejas de sorprenderme, sabes que en mi siempre tendrás una asidua seguidora de tus relatos,desde aquel cuento... "sebastian" me dejaste impresionada! bendita inspiración q t hace feliz y nos trae un deleite a tus simples lectores! muchos como éste!
ResponderEliminarpau.e
sera que algun dia sera diferente??? la esperanza es la ultima que muere...
ResponderEliminarque bonito relato y anota una seguidora mas...
Marissa.
Oiga mi profe, qué bien escribe usted.
ResponderEliminar¿Cuándo empezamos las clases? Necesito aprender, y a usted no le vendría mal una alumna aplicada.
Un abrazo.