-Cuénteme una historia de su rancho, Doña Lupe.
-¡Ay, mi profe! ¿Qué le voy a contar de este rancho pelado? Si aquí nunca pasa nada, ahí siguen los cerros, secándose más cada que da vuelta el año. Y así han estado siempre, desde hace mucho, desde antes de que mi abuelo fuera a la bola con el tal general Pedro Zamora, a pelear en Sayula. En esos tiempos ya estaban los rancheros cansados de andar siempre con el lomo más cargado que el de un burro; a los pobres chamacos como mi marido los traían cargando su chiquigüite lleno de maíz con la cabeza, entrando y saliendo de los graneros todo el chingado día.
Pero acá eso de la revolución nomás no hizo nada. Acá nos quedamos sirviéndole al patrón como perros, hasta 1971, cuando se repartieron las tierras, unos tres años después de que lucharan otra vez. Sí, profe, tuvieron que sacar los machetes de vuelta, ahí anduvo mi marido y otros de aquí del rancho. Unos más estaban de acuerdo con el patrón, así que la pelea fue entre la misma familia, aquí, entre los mismos rancheros, pues.
De todas formas, todo el tiempo, aquí se vive tranquilo; se van los hombres a la parcela a cuidar la milpa, arreglar los cercos, y se queda una torteando, haciendo el quehacer; vuelven los hombres y aquí nos quedamos en la sombra del tamarindo. Hacemos nuestras aguas de jamaica con guayaba cuando no hay tamarindos y nos vamos a los jagüeyes a ratos, cuando nos cansamos de lo mismo de todos los días.
Aquí seguimos respirando aire y comiendo comida, no cosas que salen de las fábricas. Tomamos leche de las vacas, profe, no de las cajas. Los días rinden porque los agarramos calmados desde que raya el alba hasta que se pone rojo el cielo al atardecer, no nos apuramos, nomás trabajamos mucho; mucho trabajamos.
La tristeza que me da es que ni trabajando tanto salimos de pobres. Al contrario, cada vez más miserables somos; no vale nada nuestro maíz, ni los cacahuates, ni los chiles ni nada. Ni siquiera nuestros animalitos valen. ¿Qué otra cosa le queda a nuestros muchachos, si no es irse al norte? No hallan como salir adelante, no tienen escuela y el campesino en este país parece que a nadie le importa, ¿usted cree que van a quererse quedar donde nadie los quiere? Así que nos vamos quedando nomás los viejos y las viejas, como yo, a vivir de los recuerdos, porque niños ya cada vez hay menos, y los niños son lo único que le alegra nuestros corazones. Así que ya nos quedamos solos, pobres y tristes, como el campo cuando no llueve.
Ya le digo, profe, aquí no hay nada que contar ya. Aquí estamos tan jodidos que hasta las pinches pulgas se largaron.
"Solos, pobres y tristes, como el campo cuando no llueve".
ResponderEliminarFascinada, triste situación, pero cierta.
Y cuando se mueran los viejos, el campo va a llorar más por no tener compañía.
Te leo hasta en las hojas de té.
Nada más cierto, y nada más triste.
ResponderEliminarLa decadencia en que estamos hundidos.
Saludos.
como puede ser posible que nuestras raices esten perdiendose poco a poco...cuando el campo llore por que no tiene compania, los que estan en las ciudades se acordaran de donde salieron??
ResponderEliminarLo que me gusta de tus escritos es que Doña Lupe tiene muchos nombres y muchos rostros, no cuenta nada más su historia sino la de todos esos corazones que nos recibieron hace poco...
ResponderEliminarGracias por prestarle palabras a la historia que todos escuchamos!
Deb+