lunes, 14 de marzo de 2011

Pobre aliado

Mientras movía un lápiz aceleradamente entre los dedos, el señor Gobernador hacía como que escuchaba a sus primeros comandantes en el arte de mandar sobre importantes asuntos para toda la ciudadanía.

Un mesero abrió la puerta del privado aquél y otro entró empujando un carrito con cinco platillos para el mismo número de comensales, que guardaron silencio por un segundo mientras el joven saludó y frenó el carretoncillo con los alimentos y se dispuso a colocarlos frente a sus atendidos. El señor Gobernador alcanzó a mirar hacia afuera del privado y vio una mujer joven, de unos veinticinco años, cabello castaño y hermosa figura en la barra de bebidas, al fondo del restaurante. Está buenísima –pensó-, y yo con estos imbéciles hablando de quién sabe qué demonios.

-Urge que mandemos a los medios las cifras que podemos alcanzar con la construcción de la nueva carretera en la sierra, que incluyan empleos directos generados en las obras y los negocios de atención al turismo, dijo el señor secretario de de este ramo.
-Urge que los calculen, respondió el coordinador de comunicación social.
-Urge que dejen de ser tan lameculos e idiotas, pensó para sí el señor Gobernador, mientras sintió el peso de su saco como insoportable y se levantó, quitándoselo. Aprovechó para remangarse la camisa y prosiguió el juego con su lápiz, que se convertía en su aliado para tan mala hora.

Las idas y venidas de argumentos y justificaciones alrededor de la construcción de la dicha carretera y otros proyectos continuaron mientras tomaban los alimentos: exquisitos cortes finos y carne de cordero. Tres cuartos de hora más tarde, acordados desde antes, se volvió a abrir la pequeña sala donde se encontraban y el mismo mesero entraba, esta vez con un carrito vacío, listo para llevarse loza y cubiertos sucios.

El señor Gobernador no pudo contener la mirada y la dirigió de nuevo hacia la barra de bebidas, donde unas manos morenas sujetaban la cintura de la guapa mujer, que sonreía despreocupada, acercando cariñosa y repetidamente los labios al dueño de los dedos que la aprisionaban.

El mandatario apretó su puño. El lápiz se quebró.