Me pregunto cuándo carajos terminaré de manera distinta.
Siempre en estos tristes vagones, con el pulque abatiendo mi conciencia, con la decepción de haberme acobardado de nuevo. Quién sabe cuántos años y todo es lo mismo.
Se sentó con dificultad, ladeó su cabeza y su largo y cano cabello se posó sobre el cristal frío. Sus dedos, ocupados desde hacía más de cincuenta años al ajedrez, descansaban sobre su pierna derecha. El metro estaba lleno aunque no era una hora tan común para ello, pero a él eso ni le importaba ni lo podía angustiar, traía el ser nublado por el maguey fermentado y el fracaso lo había invadido de nuevo.
No sé por qué no pude sacrificar el alfil. Tan sencillo que era, tomar el peón de “h”, atraer al rey por la derecha y atacar con la torre. No iba a resistir la combinación, debí ganar. Pero es lo mismo de siempre, parece que con el tiempo la cobardía se me hizo destino. Es lo mismo de siempre.
El sueño lo comenzó a sujetar por todo el cuerpo y la cerradura de sus ojos le abrió, al cerrarse, la vieja bodega llena con papeletas de partidas perdidas y empatadas que tenían fechas amarillentas y olían a falta de gallardía. Desde aquél torneo mundial juvenil en que quedó de subcampeón por no soltar sus altas precauciones y arriesgarse a las probabilidades vertiginosas del sacrificio de una torre habían pasado muchos castigos, muchos tragos de pulque y pocas nuevas glorias.
El vagón se detuvo cautelosamente y los últimos pasajeros que quedaban bajaron. Despertó el viejo con el presentimiento interno de que estaba solo aún en sueños.
Caray, por lo menos esta vez me quedé dormido hasta la última estación.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Terrible silencio
Se había determinado a capturar el silencio con su lente. Se hartó de las fotografías que provocaban todo tipo de reacciones, que decían, que proponían. Él quería el silencio en una imagen. Veinte años eternizando momentos y por fin encontró su vocación.
Sus primeros intentos fueron muy ridículos. Trató componiendo la escena de la crucifixión de aquél pobre nazareno que sintió el silencio del que llamaba Padre al gritarle “¿por qué me has abandonado?” en unos pastizales con una colina. No puso ninguna cruz para no evocar nada. Pero su tremendo talento provocó esa tristeza que suscita la muerte de los justos. No era el silencio, era la tristeza.
Obtuvo también la que tal vez haya sido la mejor imagen de una gardenia. Una gardenia en el pleno de su belleza que dejaría a todos mudos. Una gardenia a punto de morir. Fue más desastroso el intento, porque las vísceras de quienes la veían se llenaban de la melancolía que siembra la belleza efímera de las flores en las conciencias de los hombres. Pero este segundo intento le dio una idea: tal vez en la luna encontraría el silencio.
Obsesionado con el asunto, se alió con expertos en astronomía para encontrar que la luna modelara para su cámara y mostrarla seca y con una rabiosa falta de expresión. Lo logró y con esa imagen le dio la vuelta al mundo. Las mentes comunes y las sabias decían que la luna era la vocera de la soledad. Fracasó de nuevo porque hasta se encontró poemas que hablaban de cómo la luna en su soledad contemplada desde lejos unía al género humano en un solo y fatídico destino.
Para él era todo basura. Todo lo que se decía de sus imágenes lo consideraba asqueroso, porque lo consideraba su fracaso ya no como fotógrafo, sino como hombre. Se dijo a sí mismo entonces que lo único que guardaría silencio sería la muerte. Compuso y capturó pues la imagen de un sosegado muerto. Era terrible, desoladora y repugnante. Muchos se indignaron y aquél fotógrafo fue vituperado por ser un supuesto miembro de una supuesta cultura de la muerte. Lo cierto es que de cualquier manera, al verla, esa fotografía obsesionaba a los espectadores con la idea de la nada, con el discurso de que al final nos terminamos. Finalmente, no era el silencio sino el destino lo que veían.
Cuando lo encontraron, hallaron su epitafio y herencia junto a él, en un papel arrugado que decía: “el silencio es lo que se encuentra entre un momento y otro, pero nunca deja de suceder algo, he ahí la desgracia”.
Harto de todo, el fracasado aquél se colgó a sí mismo de una viga cerca de las vías del tren.
Sus primeros intentos fueron muy ridículos. Trató componiendo la escena de la crucifixión de aquél pobre nazareno que sintió el silencio del que llamaba Padre al gritarle “¿por qué me has abandonado?” en unos pastizales con una colina. No puso ninguna cruz para no evocar nada. Pero su tremendo talento provocó esa tristeza que suscita la muerte de los justos. No era el silencio, era la tristeza.
Obtuvo también la que tal vez haya sido la mejor imagen de una gardenia. Una gardenia en el pleno de su belleza que dejaría a todos mudos. Una gardenia a punto de morir. Fue más desastroso el intento, porque las vísceras de quienes la veían se llenaban de la melancolía que siembra la belleza efímera de las flores en las conciencias de los hombres. Pero este segundo intento le dio una idea: tal vez en la luna encontraría el silencio.
Obsesionado con el asunto, se alió con expertos en astronomía para encontrar que la luna modelara para su cámara y mostrarla seca y con una rabiosa falta de expresión. Lo logró y con esa imagen le dio la vuelta al mundo. Las mentes comunes y las sabias decían que la luna era la vocera de la soledad. Fracasó de nuevo porque hasta se encontró poemas que hablaban de cómo la luna en su soledad contemplada desde lejos unía al género humano en un solo y fatídico destino.
Para él era todo basura. Todo lo que se decía de sus imágenes lo consideraba asqueroso, porque lo consideraba su fracaso ya no como fotógrafo, sino como hombre. Se dijo a sí mismo entonces que lo único que guardaría silencio sería la muerte. Compuso y capturó pues la imagen de un sosegado muerto. Era terrible, desoladora y repugnante. Muchos se indignaron y aquél fotógrafo fue vituperado por ser un supuesto miembro de una supuesta cultura de la muerte. Lo cierto es que de cualquier manera, al verla, esa fotografía obsesionaba a los espectadores con la idea de la nada, con el discurso de que al final nos terminamos. Finalmente, no era el silencio sino el destino lo que veían.
Cuando lo encontraron, hallaron su epitafio y herencia junto a él, en un papel arrugado que decía: “el silencio es lo que se encuentra entre un momento y otro, pero nunca deja de suceder algo, he ahí la desgracia”.
Harto de todo, el fracasado aquél se colgó a sí mismo de una viga cerca de las vías del tren.
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