lunes, 17 de enero de 2011

Ya quiere su agua

La presión sanguínea fue disminuyendo de manera dramática y al final un sonido agudo y continuo anunció que entraba al mundo de los recuerdos. Su marido había sido retirado y esperaba en una salita azul con una mesa negra sosteniendo un florero amarillo con forma de pera, la misma salita donde siempre los familiares de los enfermos reciben noticias fúnebres.

La mató un choque anafiláctico que le produjo la administración negligente de penicilina. Nadie se preguntó por sus alergias; finalmente, los jodidos no deberían darse esos lujos.

Su hombre realizó todos los trámites mortuorios con la parsimonia de una vaca que toma el sol al mediodía. No se tomó el tiempo de reclamar que la estupidez haya matado a su esposa. Al día siguiente se llevó el cuerpo frío y en una caja de madera que le regalaron unas monjas de buena voluntad. La enterraron en la loma seca y sin mayor encanto que el de servir de panteón a su ejido, asistieron unos pocos indios y las mujeres de la comunidad.

Volvió a su casa, con sus dos hijas pequeñas y durmió durante dos días con sus noches. Al despertar, se dirigió con pasos aletargados y el sopor de mayo sobre su cabeza hasta su parcela. Miró los ansiosos surcos de la tierra y dijo: ya quiere su agua.

2 comentarios:

  1. La muerte es el sinónimo del descanso, sin embargo dejamos sin descanso a los que alguna vez nos rodearon, por más dormidos que estemos...

    Besos.

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  2. Bien Chuy, me da mucho gusto conocerte esta faceta.
    Intente pensar en que pueblo de México pasan estas cosas y al final me resulto más sencillo imaginar en cuáles no.
    Si tuvieras que mencionar a que orden pertenecen las monjas de buena voluntad ¿cual seria?

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