Mientras movía un lápiz aceleradamente entre los dedos, el señor Gobernador hacía como que escuchaba a sus primeros comandantes en el arte de mandar sobre importantes asuntos para toda la ciudadanía.
Un mesero abrió la puerta del privado aquél y otro entró empujando un carrito con cinco platillos para el mismo número de comensales, que guardaron silencio por un segundo mientras el joven saludó y frenó el carretoncillo con los alimentos y se dispuso a colocarlos frente a sus atendidos. El señor Gobernador alcanzó a mirar hacia afuera del privado y vio una mujer joven, de unos veinticinco años, cabello castaño y hermosa figura en la barra de bebidas, al fondo del restaurante. Está buenísima –pensó-, y yo con estos imbéciles hablando de quién sabe qué demonios.
-Urge que mandemos a los medios las cifras que podemos alcanzar con la construcción de la nueva carretera en la sierra, que incluyan empleos directos generados en las obras y los negocios de atención al turismo, dijo el señor secretario de de este ramo.
-Urge que los calculen, respondió el coordinador de comunicación social.
-Urge que dejen de ser tan lameculos e idiotas, pensó para sí el señor Gobernador, mientras sintió el peso de su saco como insoportable y se levantó, quitándoselo. Aprovechó para remangarse la camisa y prosiguió el juego con su lápiz, que se convertía en su aliado para tan mala hora.
Las idas y venidas de argumentos y justificaciones alrededor de la construcción de la dicha carretera y otros proyectos continuaron mientras tomaban los alimentos: exquisitos cortes finos y carne de cordero. Tres cuartos de hora más tarde, acordados desde antes, se volvió a abrir la pequeña sala donde se encontraban y el mismo mesero entraba, esta vez con un carrito vacío, listo para llevarse loza y cubiertos sucios.
El señor Gobernador no pudo contener la mirada y la dirigió de nuevo hacia la barra de bebidas, donde unas manos morenas sujetaban la cintura de la guapa mujer, que sonreía despreocupada, acercando cariñosa y repetidamente los labios al dueño de los dedos que la aprisionaban.
El mandatario apretó su puño. El lápiz se quebró.
Amé sobretodo la última línea. Le dejo un beso Profe consentido.
ResponderEliminarTsssssssssssssssssssssssssssssssssssss. Hola, malevaje arrabal.
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