martes, 25 de octubre de 2011

Hace tiempo

      Hace ya mucho tiempo que perdí el entusiasmo. Mi mujer no soportó que yo no pudiera compartir su dolor por el fallecimiento de nuestra hija y se fue. Yo también me hubiera alejado de mí.

      Pero no fue esa pérdida la que me arrebató la fogosidad en el ánimo. Sucedió antes, cuando trabajaba como asistente del gerente de ventas en aquella agencia automotriz. Recuerdo que me la pasaba aprendiendo detalles administrativos, técnicas de mejoramiento procesal, esquemas de ahorro y por supuesto interacción con personal y clientes. Aprendí mucho y tenía un fuerte anhelo de adquirir un automóvil como los que ayudaba a vender; la idea de vivir en un fraccionamiento residencial como el que habitaba mi jefe y poder viajar a donde él viajaba era fascinante. Recién casado y con mi esposa embarazada, podía ser un soñador y no sentirme normal y feliz por ello.

      Sin embargo tuvo que llegar la tarde en que aquel hombre llegó con su hija de dieciséis años a comprarle su primer coche. Llevaban ya varios días recorriendo el proceso de ver modelos, revisar costos, financiamientos, hacer pruebas de manejo y finalmente se habían decidido. Es absurdo que justo al salir con su nuevo vehículo los haya impactado una camioneta color azul desgastado. Varios salimos, pero solo una de las secretarias y yo nos acercamos lo suficiente para ver apagarse la vida de aquella muchacha, luego de mirarme mientras respiraba agitada, perdiendo poco a poco la luz en los ojos, que finalmente se quedaron abiertos y ausentes.

      No sé por qué desde entonces he padecido la paciencia y espero sin remordimientos la muerte.

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